Solo el hecho de hacernos una pregunta implica una actitud de querer saber. Pero, en muchos casos, nos detenemos demasiado pronto, satisfechos con una respuesta rápida.
Si buscamos realmente lo que significa preguntar, descubrimos que su origen, en latín, como suele ocurri, es percontari, que significa indagar con profundidad.
¿En una sola pregunta podemos llegar a esa profundidad?
¿O necesitaremos más para seguir explorando?
Una pregunta debería servirnos para abrir nuevas posibilidades, descubrir nuevos caminos, cuestionar certezas, romper con lo establecido, mirar desde otros ángulos.
Eso sí que es indagar en profundidad.
Pero tristemente vivimos en un mundo que premia la respuesta, la certeza, el conocimiento rápido, la opinión frente al cuestionamiento.
Nos han enseñado que preguntar es dudar, que quien pregunta se muestra inseguro, que si no sabes, no vales.
Pero en el fondo… ¿qué hay más seguro que cuestionar lo establecido?
¿Qué hay más valiente que dudar?
¿Qué te hace más fuerte que no quedarte con lo que simplemente se te dice?
Preguntarnos nos genera más curiosidad, más interés.
Nos transforma: pasamos de ser receptores pasivos a exploradores activos.
De consumir información procesada y digerida por otros, a abrir nuestro propio camino de entendimiento.
Cada pregunta poderosa que nos hacemos trae consigo nuevas maneras de ver, trae nuevas soluciones a problemas que solemos ver siempre igual.
Y cuanto más indaguemos y exploremos esas preguntas, más posibilidades y claridad encontraremos.
Esto aplica a nuestro mundo personal, social, laboral, familiar, emocional, existencial…
Lo que nos caracteriza como humanos es la curiosidad, y si la perdemos… ¿qué nos hará especiales?
Te animo a que, detrás de cada pregunta, no te conformes con una respuesta.
Haz otra. Y otra más. Porque ahí es donde empieza la verdadera transformación.