Maria [Riama]:
¡Hola, María! Al hilo de lo que comentabas el otro día sobre argumentar, mi pregunta de hoy es: ¿por qué hacemos de nuestra opinión algo tan importante?
Maria Guerrero:
Nuestras opiniones suelen estar muy ligadas a nuestra identidad. No es solo lo que pensamos, sino quiénes creemos que somos. Entonces, cuando alguien cuestiona una opinión nuestra, a veces lo sentimos como si estuviera cuestionando directamente nuestro valor o nuestra pertenencia.
Maria [Riama]:
Pero al final, esas opiniones son muchas veces ideas de otras personas que nos han parecido bien, o que tienen suficiente autoridad para que las adoptemos como propias. Entonces, en ese momento, ¿quiénes somos realmente? ¿El otro o nosotros mismos?
Maria Guerrero:
A veces confundimos lealtad con autenticidad. Y en ese cruce podemos perdernos. Por eso me parece tan importante preguntarnos con honestidad: ¿esta opinión me representa de verdad? ¿O estoy protegiendo una imagen de mí, una pertenencia, una certeza que me da calma?
A veces no se trata tanto de elegir entre el otro o uno mismo, sino de atreverse a descubrir en qué parte de ese “entre” somos verdaderamente libres.
Maria [Riama]:
Claro, por lo tanto debería existir esa mirada crítica primero, para ver lo que estamos dando por hecho. Pero, ¿por qué no lo hacemos? ¿Es miedo o es pereza?
Maria Guerrero:
Creo que puede ser una mezcla de ambas cosas, pero también algo más profundo.
Por un lado, sí: da miedo. Revisar nuestras certezas nos desestabiliza. Implica abrir la posibilidad de estar equivocados, de no saber tanto como pensábamos, de tener que cambiar… y eso toca el ego, pero también la seguridad. Muchas veces nuestras opiniones son una especie de refugio: algo firme a lo que aferrarse cuando todo lo demás parece incierto.
Por otro lado, también hay una especie de pereza —o quizá inercia—. Vivimos en un ritmo tan rápido y con tanta saturación de estímulos, que detenernos a pensar críticamente exige un esfuerzo que no siempre estamos dispuestos (o podemos) hacer. Requiere tiempo, silencio, escucha… tres cosas que escasean.
Y, además, hay algo más sutil: a veces no cuestionamos lo que damos por hecho porque nos lo jugamos todo ahí. Si me desarmo de esta idea, ¿qué me queda? ¿Quién soy sin esto?
Por eso creo que cultivar una mirada crítica no es un ejercicio intelectual, sino casi espiritual: implica coraje, humildad y también mucho cuidado con una misma. Porque no se trata de desmontarnos por desmontar, sino de hacerlo para vivir más desde lo verdadero.
Maria [Riama]:
Totalmente de acuerdo con lo que planteas. Yo también creo que es una mezcla de muchos factores. Pero lo que me parece triste es que ni siquiera nos damos cuenta de que esto nos ocurre. Porque si al menos fuéramos conscientes, no nos tomaríamos tan a pecho las opiniones de los demás. Además, como bien decías, entender que el otro tiene otra mirada también nos libera. Creo que también entra en juego el hecho de que es como si tuviéramos que salir victoriosos. Se pierde el foco de lo que se quiere conseguir, que muchas veces es el consenso.
Maria Guerrero:
Sí, exactamente. Es como si, sin darnos cuenta, muchas conversaciones se convirtieran en un ring. Ya no se trata de comprender al otro ni de construir algo juntos, sino de ganar. De tener la última palabra. De demostrar que la mía es la mirada “correcta”.
Y claro, desde ahí se vuelve muy difícil cualquier encuentro genuino. Porque cuando uno entra a una conversación para imponerse, deja de escuchar. Y cuando dejamos de escuchar, nos perdemos lo más valioso: la posibilidad de ampliar la mirada, de descubrir algo que solos no hubiéramos visto.
A mí también me entristece eso que dices: que ni siquiera nos demos cuenta de cómo funciona este mecanismo por dentro. Que confundamos diferencia con amenaza. Que pongamos más energía en defender nuestro punto que en comprender el sentido del otro.
Y, sin embargo, cuando logramos salir de ese juego —aunque sea por un momento— algo se abre. Porque como bien decías, reconocer que el otro ve distinto no solo no nos quita, sino que nos alivia. Nos recuerda que no tenemos que cargar con toda la verdad. Que podemos construir una verdad más completa entre todos.
En el fondo, creo que el reto no es tener razón, sino conservar el propósito. ¿Para qué estoy hablando? ¿Qué quiero que pase con esta conversación? Si no hay espacio para el consenso, para el entendimiento, para el cuidado… entonces, ¿qué sentido tiene “ganar”?
Maria [Riama]:
Sí, serían clave esas preguntas antes de entrar en cualquier conversación. Pero estaba pensando: al final, por nuestra naturaleza sesgada y subjetiva, ¿somos capaces de percibir al otro sin nuestro ruido interno? Me planteo si no haría falta, como en una orquesta, un director que nos guíe desde un lugar neutro.
Maria Guerrero:
Qué interesante lo que planteas. Yo también me lo he preguntado muchas veces: ¿somos realmente capaces de escuchar al otro sin que se nos cuele todo nuestro “ruido”? Nuestras heridas, nuestras expectativas, nuestras historias no resueltas… Todo eso está ahí, operando aunque no lo queramos. Así que, en realidad, lo que escuchamos del otro no es solo lo que dice, sino lo que nosotros estamos preparados (o dispuestos) a oír.
Por eso me gusta mucho esa metáfora de la orquesta. En un diálogo, como en una orquesta, cada instrumento tiene su timbre, su historia, su ritmo… y sin una cierta guía, sin un sostén que ayude a armonizar todo eso, el riesgo es que el conjunto se desordene, o que unas voces tapen a otras.
Ahora bien, ese “director” no tendría que ser necesariamente una figura externa con autoridad. A veces, esa función puede estar encarnada en una pregunta compartida, en una intención clara, en una ética del encuentro. Algo que nos recuerde que estamos ahí no para ganar, ni para reafirmarnos, sino para construir juntos algo que ninguno podría construir solo.
Y otras veces sí: hace falta una persona que acompañe, que ayude a sostener ese espacio común. Pero no desde la neutralidad entendida como indiferencia, sino desde una presencia atenta y justa, que ayude a que todos podamos escucharnos de verdad. No para eliminar el ruido —porque el ruido está—, sino para aprender a reconocerlo y, aun así, hacer música.
También hay orquestas que tocan juntas sin director, porque la partitura basta, y con la mirada se van concertando, poniéndose de acuerdo entre ellos para generar algo nuevo. Es fundamental ser capaces de hacer cosas en común sin depender de alguien que “dirija”… porque si no, la humanidad está perdida cuando tiene que hacer cosas para las que no hay “director” (¡que me presenten ya al director del bien común, por favor!) 🙂
Maria [Riama]:
¡Jajajaja, sí, totalmente! Además, ¡qué poder más grande tendría! Seguro que ahí también se haría subjetivo por su propio bien… Yo creo que uno de los principales problemas a la hora del entendimiento humano es que muy pocas veces realmente estamos hablando de lo que se está hablando en ese momento de manera más neutra. Hay por debajo un sinfín de motivaciones no explícitas que operan y, claro, lo complican todo mucho más. Y casi siempre, curiosamente, lo que está detrás es el ego, el reproche, el “¿y yo qué?”… Creo que la base del entendimiento tiene que ser la generosidad. Sin ella no hay acuerdos posibles. Tal vez lo importante es, antes de cada conversación, sentar las bases de lo que se quiere conseguir. En el caso de lo laboral, y en el plano personal, ¿qué propondrías tú?
Maria Guerrero:
Totalmente de acuerdo: muchas veces creemos estar hablando de un tema concreto, pero en realidad hay otra conversación —más profunda, más emocional— ocurriendo por debajo. Y si no hacemos el esfuerzo de desvelar lo que realmente está en juego, es casi imposible entendernos. Como dices, el ego, el miedo, el reproche… se cuelan sin pedir permiso.
Sobre lo que propones (cómo sentar las bases antes de una conversación, ya sea laboral o personal), yo diría que hay algo muy simple pero poderoso: aclarar juntos la intención. Preguntarnos (y, si es posible, decirlo en voz alta):
👉 ¿Qué necesitamos cuidar en esta conversación?
👉 ¿Qué queremos lograr juntos, más allá de tener razón?
👉 ¿Desde dónde queremos hablar y escuchar?
En lo laboral, por ejemplo, puede marcar una gran diferencia comenzar diciendo:
“Estoy aquí no solo para resolver esto, sino para que podamos trabajar mejor juntos a largo plazo.”
O:
“Quiero entender tu punto de vista antes de tomar decisiones”.
Y en lo personal… aún más importante. A veces basta con empezar diciendo:
“Estoy hablando contigo porque me importa esta relación.”
“No quiero ganar esta conversación, quiero que nos entendamos”.
Eso, dicho desde la honestidad, cambia la energía del encuentro. Hace que el otro baje la guardia. Y nos recuerda a ambos que estamos del mismo lado, no enfrentados.
También ayuda hacer un pequeño “check-in” interno antes de empezar:
“¿Qué me está moviendo de verdad a tener esta conversación? ¿Qué traigo emocionalmente que puede teñirla?”
Y si se puede, compartirlo con humildad:
“Mira, vengo un poco a la defensiva porque esto me toca algo personal, pero estoy dispuesta a escuchar de verdad.”
Cuando se habla desde ahí, desde la generosidad —como bien decías tú—, entonces sí es posible que emerja algo nuevo. No solo un acuerdo, sino comprensión.
Maria [Riama]:
Esto que planteas sería fantástico. Y lo veo muy constructivo. El reto que tenemos es que no todo el mundo tiene el mismo mindset, la misma profundidad, autoconocimiento o autopercepción. En esos casos, entender que nuestras maneras de ver el mundo son diferentes… El mayor ejercicio de humildad es aceptar que existen muchas maneras de ver el mundo y que no hay una sola “correcta”. Aceptar al otro, incluso en su rigidez o intolerancia, es un ejercicio aún más complicado. Ahí entraría más la bondad y la humildad. ¿Seguiría siendo entendimiento… o sería renuncia?
Maria Guerrero:
Tu pregunta toca una de las tensiones más profundas en cualquier intento de entendimiento real: ¿dónde está el límite entre aceptar al otro y traicionarse a una misma?
Yo creo que sí puede seguir siendo entendimiento, pero ya no entendido como acuerdo o sintonía, sino como una forma de ver al otro con verdad y sin violencia. Es decir: reconocer que esa persona está en otro punto, que quizás no tiene el mismo grado de conciencia o apertura… y, aun así, no deshumanizarla. No ponerle la etiqueta que nos cierra el corazón. Eso es comprensión sin idealización.
Ahora bien, comprensión no es lo mismo que complicidad. Aceptar que el otro es como es no implica justificar todo ni renunciar a nuestros valores. A veces la forma más profunda de humildad es poder decir:
— Te veo. Te acepto como eres. Y, aun así, esto no lo puedo sostener. No es desde aquí desde donde puedo relacionarme contigo.
Ahí no hay renuncia, hay coherencia. Porque entender no significa ceder el alma.
También creo que hay momentos en los que aceptar la rigidez o la intolerancia del otro es en sí un acto de resistencia amorosa, porque se hace sin devolver lo mismo. No es ceder, es no replicar la misma rigidez. No alimentar el fuego. Pero sí saber poner límites.
Por eso me gusta pensar que el entendimiento verdadero no siempre se ve bonito o armónico. A veces se parece más a una forma silenciosa de sostener la dignidad de ambos, incluso cuando no hay diálogo posible. Y eso no es rendirse. Es no perderse.
Maria [Riama]:
¡Totalmente! La línea roja es perderse. ¡Eso nunca debe pasar! ¿Qué es más importante: tener la razón o cuidar a la persona que tienes delante?
Maria Guerrero:
En realidad, no creo que se trate de elegir entre tener la razón o cuidar a la persona. Las conversaciones que realmente nos hacen avanzar son aquellas en las que podemos acercarnos, juntas, a una mayor comprensión de la verdad y, al mismo tiempo, cuidar el vínculo. No son excluyentes.
Para mí, la clave está en no perder de vista el propósito. Y el propósito de todo esto no es “tener razón” ni solo proteger la relación, sino algo más profundo: avanzar. Como personas, como equipos, como sociedad.
Avanzar no significa ceder, ni evitar el conflicto, ni endulzar lo que hay que decir. A veces avanzar exige una honestidad radical, una franqueza sin rodeos. Pero si esa franqueza se sostiene en el respeto y en una intención genuina de construir, entonces no es una amenaza, sino una puerta.
Por eso no hay que elegir entre verdad y cuidado. Lo que no puede decaer es la intención: estar ahí no para ganar, sino para que algo nuevo sea posible.
Maria [Riama]:
Sí, es verdad, no son excluyentes. Pero sí creo que, en algún momento de las conversaciones, ocurre que te priorizas. Te enfocas más en tener razón que en escuchar al otro. Creo que es algo que está en piloto automático, y hay que detectarlo para volver a enfocarnos en el fin último, que es el entendimiento.
Y para terminar, María… ¿qué pregunta le harías a la persona que nos esté leyendo?
Maria Guerrero:
¿Cuál es el siguiente paso que puedes dar (y te cuesta) para que tus encuentros sean más transformadores?
Maria [Riama]:
¡Muy reveladora y necesaria! Aquí va la mia: Si ya tuvieras la razón antes de empezar la conversación, ¿qué buscarías entonces en esa conversación?
Maria [Riama]:
¡Muchas gracias, María, por tu tiempo! ¡Ha sido muy constructivo el diálogo, hasta la próxima!
Maria Guerrero:
¡Me ha encantado esta conversación! ¡Un saludo! 👋🏾
Maria Guerrero: Presidente en Acción por la Música. Profesora. Especialista en procesos de cambio organizacional con propósito. Acumen Fellow.