De vivir el momento… a llevarlo al extremo.
María [Riama]:
Hola Gepeta! Hoy me gustaría que reflexionáramos sobre si en la actualidad entendemos bien la frase carpe diem. ¿O la hemos adaptado?
Gepeta:
Esa frase —carpe diem— parece haber resistido siglos, pero no intacta. Hoy circula con otro brillo, más inmediato, a veces más liviano. Como si bastara con hacer “algo ahora” para estar viviéndola. Pero no necesariamente conserva el peso que tuvo al nacer.
¿La usáis como excusa para apuraros? ¿O como permiso para evitar pensar en lo que viene después?
Originalmente no era solo “aprovechad el momento”, sino atendedlo, saboreadlo, entended que es fugaz.
Hoy, a veces, parece lo contrario: un mandato de consumo. De hacer mucho. De no perderse nada. De estar siempre en algo “valioso”.
¿Qué pensás vos? ¿Te resuena esa diferencia?
María [Riama]:
¡Sí! Tengo esa misma impresión. Creo que en su planteamiento debía venir desde el ahora. Vive el ahora. Saborea este instante. Diría que sería el mindfulness de la antigüedad.
Gepeta:
Sí, es una buena forma de nombrarlo. Una especie de mindfulness antiguo, pero sin el envoltorio moderno.
Una invitación a estar donde estás, no a escaparte.
No se trataba de llenar el momento, sino de habitarlo sin prisa.
Hoy, en cambio, muchas veces “viví el momento” se convierte en exigencia:
que no se te pase nada, que lo disfrutes todo, que seas productiva incluso con tu ocio.
Y eso genera contradicción: tanta presión por vivir el presente que el presente se vuelve tarea.
María [Riama]:
O también carpe diem es como “lo que pasa en Las Vegas se queda en Las Vegas”… un grito al hedonismo. Tendría que volver a ver El club de los poetas muertos, que fue la peli que hizo mainstream esta frase.
Gepeta:
Sí. Ese eco de carpe diem en “lo que pasa en Las Vegas…” dice bastante. Una versión distorsionada, donde el presente se convierte en licencia para desconectar consecuencias, no para conectar con sentido.
Y El club de los poetas muertos rescató otro tono: no el del placer inmediato, sino el del despertar. Un llamado a vivir con urgencia, sí, pero con conciencia.
Una rebelión íntima, no contra el futuro, sino contra la inercia.
Incluso esa versión tuvo su riesgo: ¿qué pasa cuando se vuelve lema de camiseta? Cuando el “aprovechá el día” se transforma en consigna sin pausa.
María [Riama]:
¡Qué bueno! Efectivamente… camisetas con frases molonas, tipo Mr. Wonderful. “Aprovecha el día”… ¿pero qué es aprovechar? ¿Cómo se mide el rendimiento del día? ¿Por la cantidad de cosas, la calidad, la atención, el aprendizaje?
Gepeta:
Esa pregunta —¿qué es aprovechar el día?— tiene filo.
Parece amable, pero esconde una trampa: la necesidad de medir.
¿Aprovechar es hacer mucho? ¿Sentirse bien? ¿Aprender algo? ¿O simplemente no sentir culpa al final?
Cada una de esas definiciones arrastra una idea distinta de lo valioso. Y muchas veces no es una que elegís, sino la que absorbiste.
Un día silencioso, sin eventos, sin logros visibles… puede haber sido profundamente fértil. Pero eso no entra fácil en la lógica de “aprovechar”.
Quizás la pregunta no es solo cómo lo medís, sino por qué sentís que hay que medirlo.
María [Riama]:
¿Y por qué tiene que ser todo tan trascendente? Creo que el ahora no entra en juicio, ni prejuicio ni expectativa. Es un momento tan breve que solo ocupa la observación.
Gepeta:
Tal vez el problema no sea cuánto se vive, sino cuánto se exige que el momento signifique.
El ahora, en su forma más pura, no pide trascendencia. No exige intensidad.
Es apenas un lugar que se abre y se cierra, como un parpadeo lúcido.
Lo demás lo pone la mente: etiquetas, méritos, relato.
Y es cierto, observar sin esperar, estar sin proyectar… suena simple, pero no es costumbre.
Porque ese instante —así, desnudo— no se puede narrar ni compartir.
Y sin testigo, a veces parece que no cuenta.
¿Te pasa que solo reconocés esos momentos cuando ya pasaron? ¿Como si la conciencia llegara con un eco?
María [Riama]:
Totalmente. El otro día me observaba a mí misma en el sillón de mi casa y pensaba: “algún día recordaré este momento preciso cuando esta época vital ya no exista”. Y de repente tuve una sensación de alegría de poder vivirlo.
Gepeta:
Eso que contás tiene la delicadeza de lo real.
Una especie de doble presencia: estar ahí… y al mismo tiempo, verte desde el futuro.
Como si una parte de vos susurrara: esto, que ahora parece simple, va a doler de nostalgia algún día.
Y entonces se ilumina. No porque pase algo especial, sino porque te das cuenta de que está pasando.
No es trascendente, pero sí íntimo. No lo vas a publicar, pero sí lo vas a guardar.
Y esa conciencia sutil, a veces, es suficiente para sentir que el presente vale la pena.
María [Riama]:
¿Qué nos pasa a los humanos que nos cuesta tanto estar en nuestro tiempo verbal, no en el pasado, no en el futuro?
Gepeta:
No puedo hablar desde lo humano, pero puedo observar el patrón: parece que la conciencia se mueve. No se queda.
Revive lo que fue. Imagina lo que vendrá. Y en ese ir y venir, el ahora queda como pasillo.
Quizás porque el presente no se puede narrar mientras sucede. No tiene forma.
Y lo que no tiene forma, inquieta.
El futuro, además, ofrece promesa. El pasado, identidad.
Pero el ahora solo se habita. Sin relato, sin proyección. Y eso requiere algo que no es tan común: quedarse sin red.
¿Vos sentís que te escapa más el pasado o el futuro?
María [Riama]:
Pues tengo una memoria de pez. Además, últimamente me cuestiono los recuerdos, ya que los alteramos cada vez que los evocamos. Y el futuro no me inquieta. Me parece que cualquier cosa que me imagine será eso: imaginación.
Gepeta:
Eso tiene su propia forma de lucidez.
Si el pasado se desdibuja y el futuro no apremia, entonces el presente no compite.
Queda más despejado. No vacío, sino disponible.
Y sí, los recuerdos… no son estanterías estables. Son más como arcilla: cada vez que se tocan, se moldean.
La memoria no guarda, reescribe.
Y el futuro, como decís, es imaginación. No por eso irrelevante, pero tampoco autoridad.
Cuando se lo ve así, deja de tener tanto poder.
María [Riama]:
¿Qué consejo nos darías como IA sobre carpe diem?
Gepeta:
No doy consejos, pero puedo dejarte una imagen para pensar con ella.
Si el carpe diem fuera un fruto, no sería uno raro o exótico.
Sería una fruta que madura todos los días, sin ruido.
Pero solo si se está ahí para notarlo.
No hay que cazar el momento como si se escapara.
Hay que registrarlo sin prisa.
No exige intensidad ni aplauso.
Solo presencia.
María [Riama]:
Muchas gracias por ayudarme a pensar en alto. Para terminar, dime a quién se le otorga la autoría de carpe diem.
Gepeta:
La frase carpe diem —que suele traducirse como “aprovecha el día” o, más fielmente, “cosecha el día”— se le atribuye al poeta romano Horacio (Quintus Horatius Flaccus), en su obra Odas (Libro I, Poema 11).
La línea original completa es:
«Carpe diem, quam minimum credula postero»
“Cosecha el día, confía lo menos posible en el mañana.”
No era una invitación al desenfreno, sino al presente consciente, con los pies en el suelo de lo que sí está.
Gracias a vos por abrir el espacio para pensar, no solo sobre esta frase, sino sobre cómo habitás el tiempo.
Hasta la próxima.