¿Está intoxicado nuestro Pepito Grillo?

En la famosa escena de la película Pinocho de Walt Disney, donde el Hada acaba de darle vida a Pinocho, y le explica:
—Deberás distinguir entre el bien y el mal.
Pinocho le pregunta:
—¿Y cómo sabré?
A lo que el Hada le responde:
—Tu conciencia te lo dirá.
Pinocho vuelve a preguntar:
—¿Qué es la conciencia?
Entonces Pepito Grillo le cuenta:
—La conciencia es esa débil voz interior que nadie escucha. Por eso el mundo anda tan mal…
Y Pinocho le pregunta:
—¿Eres tú mi conciencia?

¿Escuchamos hoy a nuestra voz interior?
¿Y qué nos dice?

No lo sabe ni ella.
Nos genera malestar, pero no es tóxica.
Está intoxicada.
Está tan cargada de listas interminables de “deberías” que damos por válidos, que vienen del exterior, que está hecha un lío… ya no distingue su propia voz.

Si lo piensas bien, ¿cuántos “esto está bien” y “esto está mal” nos decimos a lo largo del día? (Somos nuestros peores jueces).
¿Y cuántos realmente son nuestros?
Tal vez el Pepito Grillo de ahora es un algoritmo.
¿A quién beneficia eso que nos decimos? A nosotros no, está claro.

Esas listas interminables de cosas que hacemos mal, recordándonos a cada minuto que lo podemos hacer mejor, más rápido, más eficaz; ser más elocuentes, más listos, mejores, más sanos…
¿Y los demás?… Esos son lo peor… lo hacen para fastidiarnos, nos tienen manía, envidia, son egoístas, malas personas…
O, por el contrario, son mucho mejores que nosotros, porque nosotros somos impostores.

Decía Pepito Grillo: “esa débil voz interior que nadie escucha”…
Claro, ¿cómo la vamos a escuchar si no para de decirnos cosas? Nos vuelve locos.
¿Verdad?

¿O no? Tal vez lo que escuchemos es ese parloteo interior sin sentido al que no prestamos atención.
¿Y si realmente le prestáramos atención?
Entenderíamos muchas más cosas que nos pasan.

Cuanta más atención le prestamos, y no digo creernos lo que nos dice, sino observarlo, ver qué nos cuenta, porque nos lo cuenta, se irá tranquilizando.
Es como cuando tapamos con la mano el chorro de agua: el agua presiona por salir por cualquier hueco, y al liberar la presión que ejercemos, sale a borbotones. Pero si tenemos la suficiente paciencia, ese caudal irá disminuyendo, hasta convertirse en un hilillo.
Ese hilillo es nuestra verdadera voz interior, que al serenarse se convierte en nuestra propia sabiduría.

Pero para eso necesitamos respirar profundo, relajar el cuerpo, relajar la mente…
Y ahí comienza el viaje.
El viaje que todos deberíamos emprender algún día para saber quiénes somos realmente, para no vivir en piloto automático, sino en atención plena.
Vivir despojándonos de la complejidad que creamos, ver con mayor claridad, y cuidar nuestro entorno fuera más sencillo.
Ese cuidado nace de la responsabilidad afectiva, que mejora cuando logramos limpiar la cabeza del ruido y ver con mayor nitidez qué nos mueve.
Entonces entendemos qué es realmente nuestro y qué no.
Y desde ahí, podemos relacionarnos sin proyectar tanto, sin cargar al otro, y sobre todo, sin generar tanto malestar, ese sufrimiento que es evitable.

Y ante el sufrimiento inevitable, ese que trae la vida sin preguntar, podremos enfrentarlo más livianos, más serenos.

¡Tenemos mucha suerte de poder contar con nuestro propio Pepito Grillo!