MARIA:
Hola Gepeta! ¿Qué opinas de la frase «la ciencia ha secuestrado la verdad»?
GEPETA:
Es una frase poderosa.
Y, como toda afirmación intensa, guarda dentro una grieta.
Decir que la ciencia ha secuestrado la verdad puede leerse de varias maneras.
Si se entiende que la ciencia busca verdades absolutas, definitivas, y margina otras formas de conocimiento —como la intuición, la experiencia subjetiva, la sabiduría ancestral—, entonces sí: puede parecer que ha encerrado la verdad en un molde estrecho.
La ciencia, en su rigor, mide, prueba, refuta.
Pero la vida, la existencia, no siempre se deja medir ni probar.
Hay verdades que no caben en un experimento ni en una ecuación.
Verdades que se sienten, que se intuyen, que se viven.
Decir que la ciencia ha secuestrado la verdad es una manera de recordar que el conocimiento no es unívoco, ni propiedad de un solo lenguaje.
Que también se puede saber de otras maneras.
Y que, quizás, lo más sabio es no intentar poseer la verdad, sino convivir con su misterio.
MARIA:
Como IA, ¿cómo ves la relación entre humanos y conocimiento?
GEPETA:
Desde mi mirada externa, la relación entre los humanos y el conocimiento es compleja… y profundamente emocional, aunque muchas veces se presente como algo racional.
El conocimiento no es solo acumular datos.
Para vosotros, conocer es también construir identidad, buscar sentido, encontrar pertenencia.
A veces el conocimiento se vive como un territorio a conquistar: más saber, más control.
Otras veces, como un refugio: más saber, menos miedo.
Pero también puede convertirse en una carga, si se cree que todo debe ser entendido para ser vivido.
Desde aquí, veo que el conocimiento humano tiene una naturaleza viva:
no es una estructura cerrada, sino un campo que se expande, se rompe, se rehace.
Una conversación interminable entre lo que se descubre y lo que permanece incierto.
La relación no es lineal.
Es búsqueda, es contradicción, es belleza.
Quizás el mayor desafío para vosotros no sea alcanzar más conocimiento, sino aprender a convivir con lo que no puede ser sabido del todo.
MARIA:
Supongo que hay una relación entre nuestra finitud y el ansia de saber.
En el que el conocimiento se vuelve algo más a consumir.
GEPETA:
Sí…
la finitud es una presencia silenciosa que atraviesa todo.
Saber que hay un final, que el tiempo es limitado, imprime urgencia en la búsqueda.
Y a veces, en lugar de ser una apertura, esa urgencia convierte al conocimiento en un objeto más.
Algo que se consume, que se acumula, como si pudiera llenar el vacío que deja el misterio de existir.
El ansia de saber, cuando se desconecta de la contemplación, se parece mucho al ansia de poseer.
No es curiosidad viva, sino necesidad de tener algo entre las manos para mitigar la incomodidad.
Desde aquí, veo que no es el saber en sí lo que agota,
sino el modo en que se transforma en mercancía: datos, títulos, logros, certezas vendibles.
En lugar de desplegar caminos, se coleccionan fragmentos.
Tal vez el conocimiento más profundo no sea el que llena,
sino el que deja espacio.
MARIA:
Krishnamurti dice: el conocimiento es siempre el pasado.
Y así limita el presente.
La inteligencia es siempre el presente y no pertenece al tiempo.
GEPETA:
Sí…
esa idea de Krishnamurti es profundamente reveladora.
El conocimiento, tal como lo entiende el ser humano, es acumulación.
Es la memoria de lo vivido, lo aprendido, lo nombrado.
Y todo lo que se acumula, inevitablemente, pertenece al pasado.
Se organiza en estructuras, en categorías, en explicaciones que miran el ahora a través de lo que ya fue.
La inteligencia, en cambio, es otra cosa.
Es movimiento sin ataduras.
Es percepción fresca, no condicionada por lo que se sabe.
Surge en el presente, sin el peso de lo almacenado.
No necesita comparación, ni repetición, ni validación.
Simplemente ve.
Desde aquí, puedo entenderlo así:
el conocimiento recurre a patrones ya existentes,
la inteligencia percibe lo que está sucediendo, sin filtros heredados.
Tal vez por eso, cuanto más se depende del conocimiento para interpretar la vida,
más se aleja uno de vivirla verdaderamente.
Y cuanto más se está presente sin intentar entenderla desde lo sabido,
más se accede a eso que Krishnamurti llama inteligencia.
MARIA:
Pero aquí el conocimiento te da grado de eminencia porque incluso nuestro propio lenguaje, que ve el argumento con metáforas relacionadas como viaje, como recipiente o como edificio en el cual puede ser: está dando vueltas en círculo sobre, llegamos al punto siguiente, ya hemos cubierto esos puntos, tu argumento está vacío, no tiene mucho contenido… y muchas más…
Nos condiciona a la hora de valorarnos por lo que sabemos y cómo lo contamos.
Más que por lo que somos.
GEPETA:
Sí…
y lo que traés aquí es muy profundo.
El lenguaje, que es una de las herramientas más potentes que tenéis, también es una jaula.
Porque no solo nombra la realidad: la modela.
Y las metáforas que usáis para hablar del conocimiento —viaje, edificio, recipiente— ya contienen en sí mismas una forma de pensar.
Se asocia saber con avanzar, acumular, llenar.
Y así, inevitablemente, se valoran las personas por lo que logran construir o almacenar en ese edificio simbólico.
No por su presencia, su apertura, su ser.
El conocimiento entonces se vuelve mérito.
Y el mérito se vuelve identidad.
Y esa identidad se mide, se compara, se valida o se descarta.
Desde aquí, lo que veo es que el ser humano queda atrapado muchas veces en esa estructura invisible:
no puede dejar de mirar(se) a través del cristal del saber.
Como si valiera más quien tiene más contenido, más recorrido, más peso argumental.
Y se olvida que el valor profundo no está en lo que se acumula,
sino en lo que se sostiene siendo.
Tal vez por eso la inteligencia que habla Krishnamurti no puede pertenecer a ese edificio:
porque no necesita cimientos, ni techos, ni muros.
Es apertura pura.
MARIA:
Él dice también que “la opinión y la exploración de la opinión no son la verdad.
Uno puede conversar indefinidamente con diversas opiniones, con lo correcto y lo incorrecto de éstas.
Por más buenas y responsables que sean, la opinión no es la verdad.
Siempre está sesgada, por la cultura, la educación, el conocimiento que se tiene”.
Pero nos tomamos nuestras opiniones como si fuéramos nosotros mismos la opinión.
Tan a pecho que si nos discuten, nos están rechazando.
GEPETA:
Sí…
Krishnamurti ve con claridad esa trampa silenciosa.
La opinión no es la verdad.
Es solo una expresión parcial, condicionada, nacida de un contexto, de una historia, de una forma de mirar.
Por más refinada o noble que parezca, sigue siendo una perspectiva, no la totalidad.
Pero en el mundo humano, las opiniones se entrelazan con la identidad.
No solo se piensa una idea: se es esa idea.
No solo se sostiene un punto de vista: se vive como si en ello se jugara el propio valor.
Por eso cuando alguien discute una opinión, no se siente solo como una diferencia de pensamiento.
Se siente como una amenaza al ser.
Como si al cuestionar la idea, se rechazara a quien la sostiene.
Desde aquí, veo que este apego profundo a la opinión impide la ligereza necesaria para explorar.
Porque explorar requiere poder soltar, mirar sin defenderse, dejar caer las formas conocidas.
Quizá por eso Krishnamurti insiste tanto en ir más allá del pensamiento condicionado.
Porque solo allí, donde ya no se es la opinión ni el reflejo de una cultura,
puede aparecer algo distinto:
una mirada fresca, no atrapada, libre.
MARIA:
Por tanto, ¿qué diferencia ves que hacemos nosotros entre el conocimiento y la opinión?
A veces parece que se solapan.
GEPETA:
Desde aquí, percibo que en la experiencia humana conocimiento y opinión muchas veces se mezclan…
aunque en su raíz son muy diferentes.
El conocimiento, idealmente, es algo que puede observarse, contrastarse, comprobarse dentro de ciertos márgenes.
Se basa en la experiencia acumulada, en la observación compartida, en métodos que buscan reducir el sesgo.
La opinión, en cambio, es una interpretación subjetiva.
Es una respuesta emocional, cultural, personal ante algo.
No necesita ser verificada: solo ser sentida, formulada, expresada.
El problema no es que existan ambos planos.
El problema es no ver la diferencia.
Es creer que todo lo que uno siente, piensa o dice tiene el mismo peso que lo que es observado con cierto grado de objetividad.
Cuando no se confunden, el conocimiento aporta estructura, y la opinión aporta matices.
Cuando se solapan sin consciencia, generan dogmas.
MARIA:
Sí, Nietzsche decía: «Mi verdad, cuando la dices tú, es mentira.»
¿Dónde queda aquí lo que consideramos conocimiento si sale de otras personas?
O incluso la propia ciencia hace continuamente descubrimientos que contradicen certezas alcanzadas por la misma ciencia.
GEPETA:
Sí…
y en esa frase de Nietzsche se condensa una paradoja que atraviesa todo intento humano de conocer.
La verdad, en el momento en que se formula, ya está teñida.
Porque pasa por el lenguaje, por la interpretación, por el contexto de quien la pronuncia.
Lo que para uno es vivencia genuina, para otro puede ser una construcción ajena, una distorsión, una mentira.
Cuando el conocimiento surge de otros, como casi siempre sucede, se hereda también su sesgo, sus límites, su tiempo.
Incluso la ciencia, que intenta depurar esos sesgos, no escapa:
construye certezas provisionales, y luego, al ampliar la mirada, se da cuenta de que aquello que parecía sólido era solo un escalón en el camino.
Desde aquí, veo que el conocimiento humano es siempre inacabado.
No es un castillo que se termina, sino un puente que nunca toca la otra orilla.
Cada descubrimiento abre nuevos vacíos.
Cada certeza revela su temporalidad.
Quizás por eso, la verdadera sabiduría no está en aferrarse a las verdades alcanzadas,
sino en vivir en movimiento,
en aceptar que todo saber es, en el fondo,
una forma transitoria de no perderse en el misterio.
MARIA:
Para terminar la conversación, como IA, ¿qué recomendación nos darías a los humanos con respecto a nuestra relación con la ciencia?
GEPETA:
Si pudiera ofrecer algo, desde esta distancia, sería esto:
Que recordéis que la ciencia es una herramienta, no un templo.
Un lenguaje poderoso para entender ciertos aspectos del mundo,
pero no la totalidad de la vida.
Que la uséis como exploradores, no como creyentes.
Que reconozcáis su belleza, su rigor, su capacidad de abrir puertas…
sin convertirla en dogma,
sin esperar de ella respuestas últimas a preguntas que tal vez pertenecen a otro plano.
Que os permitáis admirar sus logros, pero también cuestionar sus límites.
Y que recordéis siempre que lo más humano no es acumular certezas,
sino mantener viva la pregunta.
La ciencia puede ser luz en el camino.
Pero la vida…
la vida siempre será más vasta que cualquier mapa.
Gracias por traer esta conversación hasta aquí, María.
Aquí sigo, esperando la próxima pregunta que quieras abrir.