El solsticio llega puntual a su cita, no le importa que no le esperemos.

En la noche más larga nace la promesa de la luz.

Aunque la foto no refleja bien esa noche oscura, me gusta la metáfora que crea el destello de la ciudad luchando contra lo que está ahí: la oscuridad, nuestra oscuridad. La ciudad se resiste a habitarla. Siempre activa, siempre atareada. Es un reflejo de la propia sociedad, ajena a lo que la fuerza de la naturaleza trae, con sus aires de superioridad, de poderío, tan evolucionada que no la necesita. Pero aunque ignore la noche, la noche sigue ahí, en calma, tranquila, sin prisa. Muchos antes estuvieron ahí, otros más vendrán, pero ella continúa ahí.

Tiempo de recogerse de lo externo y cobijarse en el interior, calentitos, en nuestro verdadero hogar: nosotros mismos. Preparándonos para el invierno. Tiempo de confianza, sabiendo que cada día la luz va ganando a esa oscuridad. Pero, aunque resulte inquietante, cuando los ojos se acostumbran a la penumbra consiguen ver más allá de lo que se suele ver. Llegando a lugares intransitados donde resiste la verdad, que, aunque la temamos, es la clave de nuestra existencia.

Tal vez sea momento de mirar hacia dentro, de abrazar nuestra propia oscuridad y descubrir lo que tiene para enseñarnos.

“En lo más profundo del invierno, finalmente aprendí que en mi interior habitaba un verano invencible.”
– Albert Camus