¿Por qué permanecemos en lugares de incomodidad?

¿Cuántas veces nos vemos en situaciones, relaciones o trabajos en los que no nos sentimos cómodos, pero nos cuesta salir? Nos justificamos ante los demás y ante nosotros mismos.

«Más vale lo conocido que lo bueno por conocer.»
«Si en el fondo estás bien como estás, ¿para qué arriesgar?»
«Esto ya lo conoces, hay que conformarse.»
«Al final, hay gente que está peor que yo.»
«No, que lo haga otro, ¿por qué yo?»
«Me lo deben.»
«Yo tengo razón.»

Nos damos millones de justificaciones, pero, si rascamos un poco, ¿qué hay debajo?

Miedo.

Miedo a lo desconocido. Miedo a romper nuestra autoimagen. Miedo a perder el control. Miedo al qué dirán. Miedo, miedo, miedo…

Pero, si nuestra vida no está en peligro, ¿qué es realmente el miedo?

Pensamientos limitantes, falsas creencias, condicionantes de nuestro entorno.

Si miramos nuestras razones más profundas para continuar en ese lugar, al final de todo, en el último recoveco, encontramos al ego escondidito.

El ego que nos convence de que estamos protegiéndonos, cuando en realidad nos ata. Nos hace creer que mantener el control nos salva, cuando solo nos estanca. Nos dice que nos quedemos quietos, no vaya a ser que…

¿Que qué?

Hay que plantarle cara. Y enfrentarnos a eso que tanto miedo nos da mirar, nuestra razón más profunda.

Y ahí, en ese punto, es donde realmente empieza la libertad.


Pero, ¿y si miramos más allá del miedo?

Si nos atrevemos a cuestionarnos, a mirar con honestidad lo que nos frena, podemos desarmar esas falsas creencias que nos mantienen atrapados.

Eso es lo que hacemos en Proyecto DREAMIT: explorar, descubrir y redibujar caminos. Preguntarnos qué queremos de verdad, qué nos ilusiona, qué potencial estamos dejando sin aprovechar. Porque cuando dejamos de escuchar al ego y empezamos a escucharnos de verdad, todo cambia.

💭 ¿Y tú, qué historia te estás contando?

El solsticio llega puntual a su cita, no le importa que no le esperemos.

En la noche más larga nace la promesa de la luz.

Aunque la foto no refleja bien esa noche oscura, me gusta la metáfora que crea el destello de la ciudad luchando contra lo que está ahí: la oscuridad, nuestra oscuridad. La ciudad se resiste a habitarla. Siempre activa, siempre atareada. Es un reflejo de la propia sociedad, ajena a lo que la fuerza de la naturaleza trae, con sus aires de superioridad, de poderío, tan evolucionada que no la necesita. Pero aunque ignore la noche, la noche sigue ahí, en calma, tranquila, sin prisa. Muchos antes estuvieron ahí, otros más vendrán, pero ella continúa ahí.

Tiempo de recogerse de lo externo y cobijarse en el interior, calentitos, en nuestro verdadero hogar: nosotros mismos. Preparándonos para el invierno. Tiempo de confianza, sabiendo que cada día la luz va ganando a esa oscuridad. Pero, aunque resulte inquietante, cuando los ojos se acostumbran a la penumbra consiguen ver más allá de lo que se suele ver. Llegando a lugares intransitados donde resiste la verdad, que, aunque la temamos, es la clave de nuestra existencia.

Tal vez sea momento de mirar hacia dentro, de abrazar nuestra propia oscuridad y descubrir lo que tiene para enseñarnos.

“En lo más profundo del invierno, finalmente aprendí que en mi interior habitaba un verano invencible.”
– Albert Camus